martes, 11 de agosto de 2009


El dinero no sólo corresponde a las monedas y los billetes que estamos acostumbrados a utilizar. Instrumentos financieros como los cheques y las tarjetas débito y crédito también son considerados como formas de dinero, y tienen sus orígenes muchos siglos atrás. Un ejemplo de esto son los “cheques de viajero” inventados hace muchos siglos por la Orden de los Templarios.

Los caballeros del temple, o templarios, surgieron en el siglo XI con el propósito de conquistar y defender la Tierra Santa. Originalmente esta orden militar y religiosa estaba compuesta por nueve caballeros que se autodenominaban “los pobres caballeros de Cristo”; sin embargo, con el transcurrir de los años muchos caballeros más se les unieron.

Cuando un caballero se unía a la Orden donaba todos sus bienes; y si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos eran acaudalados nobles, podemos imaginar todos los bienes y dinero que alcanzaron a reunir. La inmensa riqueza que los templarios lograron acumular les ayudó a crear lo que sería una de las primeras formas de banca internacional.

No sólo se convirtieron en prestamistas de monarcas europeos y sultanes musulmanes, sino que inventaron una de las primeras formas de transportar dinero de una manera segura. El sistema era algo muy parecido a lo que hoy conocemos como “cheque de viajero”.

Veamos cómo funcionaba este sistema: supongamos, por ejemplo, que el señor Jean Louis decidía ir en peregrinación desde Francia hasta Jerusalén, y para esto debía llevar cien monedas durante un viaje que era largo y muy peligroso. Jean Louis se dirigía a la orden templaria más cercana, que generalmente se encontraba en un monasterio, donde le recibían la bolsita con monedas y a cambio le entregaban un papel con sellos y lacres de la orden templaria, el cual garantizaba que el dinero no se iba a perder. Con este papel, Jean Louis se podía acercar al monasterio de Jerusalén y recibir noventa monedas; como vemos, los templarios cobraban un precio por el servicio (diez monedas), algo muy parecido a lo que conocemos hoy en día como la tasa de interés.

Este mismo esquema funcionaba para el comerciante de sedas que viajaba desde Constantinopla hasta París, o para quien quería ir desde Tiro hasta Antioquia. De esta manera, los templarios operaban como un gran banco que prestaba dinero y hacía transacciones internacionales gracias a su credibilidad y reputación, algo que defendían tan seriamente que el fraude era castigado con la muerte.

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